Abuela no
me llames
Querida
abuela, cuando leas esta líneas sólo
te pido una cosa: no me llames por teléfono.
En esos momentos estaré durmiendo, aún
destensado por el esfuerzo de mi primera media maratón.
Para evitar ese timbrazo que me haga saltar de la
cama (tal vez no pueda hasta dentro de un par de días)
te cuento cómo me ha ido.
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Público
en La Media Maratón. /A. IGLESIAS |
V. SOTO/Logroño
He llegado, lo que en un gandul al que le gusta demasiado
la noche y sólo bebe cosas que tengan hielo
y limón es todo un reto (o un milagro, si quieres
recurrir a la intercesión de la Virgen de Royuela).
Después de tanta preparación (todo por
una apuesta con chuletas de por medio), he estado
a punto de llorar cuando cruzaba la meta. Seguro que
has oído esta expresión mil veces, pero
es verdad. Y eso que he llegado en dos horas y fundido.
Es una emoción extraña, de reto superado
y de comprobar los límites de un cuerpo hecho
a la holganza y al sedentario periodismo.
También he vivido momentos
irrepetibles. Como el suave 'frusfrús' de las
suelas acompasadas en Duques de Nájera. Un
sonido envolvente y mágico, que sólo
se percibe desde dentro. Y la camaradería entre
los corredores. Y los aplausos de un público
desconocido; y los niños que pugnaban por chocar
las manos como si los humildes corredores desfondados
fuéramos estrellas. Los que no estamos acostumbrados
a ganar sabemos apreciar esos detalles.
La falta de azúcar también
me ha provocado instantes surrealistas. Como cuando
en Gran Vía me han doblado unos cuantos corredores
blancos (los keniatas lo habían hecho mucho
antes dejando una neblina de polvo y admiración
sobre el cemento) y he buscado la mirada cómplice
de los ositos. Me sentía como ellos, especialmente
como el morado: gordo, de patitas demasiado escuetas
y colapsado. En ese momento, hasta me han parecido
bonitos, por lo que me he pegado un buen chute de
sacarina, que el cerebro debe regir incluso hasta
en las peores condiciones.
Y el corredor 290, que me ha llevado
casi en volandas, y las cuestas, y los gritos, y un
tercio de la Legión con bandera y todo, y la
familia y mis amigos esperándome al final del
trayecto para animarme y todo Logroño engalanado.
Incluso los peatones cruzaban los pasos de cebra corriendo
como gesto de solidaridad. Abuela, de verdad, ha sido
precioso e irrepetible. Pero no me llames, que me
rematas.
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