A continuación, hemos seleccionado
algunos de esos monasterios medievales que fueron la génesis
de lo que hoy conocemos como denominaciones de origen, unas zonas
vitivinícolas que transcurren por el Camino de Santiago
o de forma paralela siguiendo los cauces del Ebro y del Duero
hasta llegar a Galicia.
San Pedro de Montes
Las ruinas del
en su día poderoso monasterio de San Pedro de Montes se
localizan en el extremo meridional de las ruinas del Bierzo,
en la falda de los montes Aquilanos, a unos 17 kilómetros
de Ponferrada. Fue prototipo de la economía y de la espiritualidad
peninsulares durante gran parte de la Edad Media. Fundado en
el siglo VII, fue en el XI cuando adquirió la mayor parte
de su patrimonio y se marcaron las directrices geográficas
y económicas de su expansión. La abadía
demostró su interés por las zonas de La Cabrera,
Astorga, La Bañeza y Valdeorras, sin olvidar El Bierzo,
donde estaba ubicado. Los monjes supieron casar perfectamente
las tierras con los distintos cultivos y dejaron Astorga y la
Bañeza para cereales, La Cabrera para el lino y Bierzo
y Valdeorras para viñedo. Tres fueron los principales
catalizadores de la masiva plantación de cepas: El incremento
de población, la Ruta Jacobea, capaz de absorber todos
los excedentes, y el refinamiento de la clase noble.
A estas tres razones, se añade la sabiduría de
los monjes que supieron seleccionar las tierras más aptas.
No en vano, El Bierzo es una de las zonas más apropiadas
de Europa para la producción de vinos. A su adecuada altitud
y excelente clima acompañan unos sueldos de formación
terciaria, de gran humedad y con materiales sueltos y limosos.
Separada del Bierzo por una pequeña cadena montañosa,
se encuentra Valdeorras, con suelos muy similares, aunque con
un pequeño exceso de humedad. Las viñas se plantan,
hoy y en tiempos del Císter, en las laderas de la cuenca
del Sil.
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