La vid es el cultivo que más
fija el hombre a la tierra ya que la cepa exige cuidados y atención
durante todo el año. Por eso era necesario la construcción
de pequeños chozos para refugio de los labradores. La
Rioja cuenta con un buen número de guardaviñas,
deliciosos ejemplos de la arquitectura popular
Los vigías
de la filoxera
Por Pablo García
Mancha
Los guardaviñas
son construcciones de una sola planta, casi siempre de forma
circular y con una falsa cúpula como remate y cierre de
estas peculiares edificaciones. La mayoría están
construidos prácticamente en seco, es decir, con piedras
colocadas con escasísimo aporte de argamasa. Para levantarlos,
se partía de un zócalo muy resistente en el que
se iban colocando hileras de piedras casi siempre planas
que a la vez que iban ganando en altura se iban cerrando poco
a poco en círculo, a través de diámetros
sucesivamente más pequeños hasta conseguir que
un solo sillar culminase estas construcciones únicas y
exclusivas del mundo de la viticultura riojana que asientan sus
raíces en la segunda parte del pasado siglo.
El uso más habitual de los guardaviñas era como
refugio de los agricultores y de los animales de labor que desarrollaban
su trabajo en el entorno de la vid. También fueron utilizados
por la institución de Guardas de Campo, para vigilar desde
estos emplazamientos las cosechas, tanto de las tierras comunales
como de las fincas particulares. En ocasiones también
se destinaban como neveras, donde se convertía la nieve
en hielo para posteriores usos terapéuticos. Además,
su tipología constructiva recuerda a la de los grandes
hornos destinados para cocer el pan que se encontraban en el
interior de muchas viviendas serranas, anejas a las antiguas
eras de la trilla del cereal.
Los guardaviñas se configuran con un modelo de construcción
similar a otras edificaciones extendidas a lo largo y ancho del
planeta, especialmente en la zona mediterránea, herederas
de una tradición que muchos arqueólogos han documentado
en el cuarto milenio antes de cristo, en la cultura mesopotámica.
Muchos los estudian enmarcándolos dentro del fenómeno
del megalitismo occidental de lo que hay excelentes ejemplos
en la Sonsierra riojana.
En los dinteles o jambas de las entradas de muchos de estos chozos
o casillas de granjería otra de sus acepciones
se han encontrado inscripciones en las que se dejaba constancia
del año de su construcción. La mayoría de
ellas remiten a finales del siglo XIX, fecha que coincide milimétricamente
con uno de los periodos claves de los vinos de Rioja, la plaga
de la filoxera y la posterior dinamización del mundo del
vino en nuestra denominación (San Vicente de La Sonsierra,
1868; Briones, 1873 y Ábalos, 1881, entre otros ejemplos
documentados por un trabajo realizado por Carlos Muntión
y que estuvo expuesto en las instalaciones del Colegio de Arquitectos
de La Rioja).
En el año 1863 se detectó por vez primera en Francia
la plaga de la filoxera. Sólo cuatro años le bastaron
para consumir gran parte de las cepas de la zona de Burdeos.
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