Entre la variedad
de elementos que intervienen en la elaboración
del vino, el tapón de corcho guarda un lugar
privilegiado. Sin embargo, su propia estructura alberga
riesgos para la conservación
Un
aliado que a veces traiciona
por Teri Sáenz
De las
múltiples funciones que corresponden al tapón
de corcho sobresalen las de enriquecer la crianza de
los caldos y preservarlos de los perturbaciones externas
durante su periplo desde el embotellado hasta la mesa.
Sin embargo, la propia estructura del corcho incluye
uno de los compuestos que con mayor contundencia pueden
derrumbar la construcción de un vino de calidad.
Se trata del TCA (tricloroanisole), un derivado del
cloro responsable de ese olor mohoso o acartonado que
se conoce popularmente como "olor a corcho".
El corcho es, en efecto, una de las
causas más habituales de un defecto capaz de
"matar" un buen caldo. Como ocurre en el resto
de parámetros que comulgan para la consecución
del vino, la calidad de este elemento revierte en la
del vino que guarda. Expertos e investigadores coinciden
en indicar que la compra de tapones baratos y a veces
sospechosos alimenta el riesgo en este sentido.
Desde la Estación Enológica
de Haro, Manuel Ruiz Hernández apunta la obsesión
por el abaratamiento de costes en la viticultura como
uno de los peligros más sombríos a este
respecto. "Afortunadamente, esta tendencia está
perdiendo fuerza en favor de una dinámica de
calidad desarrollada sobre la base de una economía
estable; en este contexto el tapón de corcho
supone una garantía para el Rioja", afirma
Ruiz Hernández.
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